Caminar entre calles llenas de diseño y glamour, tomar un café au lait y un croissant de desayuno, sentir la brisa fría de invierno al caminar junto al Sena, entrar a pequeños bares y riquísimos restaurantes, disfrutar los interminables pasillos de museos y galerías, escuchar música en la opera, divertirte en un lugar de espectáculos de la zona roja, pasear por Champs Elysees, para dirigir tu camino hacia lo que se volvió el símbolo de la ciudad.
Así como el Big Ben, la Estatua de la Libertad o el Coliseo Romano, la Torre Eiffel se convirtió en una de las atracciones más visitada de la ciudad y tal vez del mundo.
Pero al principio no fue tal fácil, los artistas parisinos de la época de su construcción, pensaban que era una monstruosidad de hierro con poco gusto que quitaría dignidad a los demás monumentos de la ciudad y elaboraron una Carta de Protesta para detener la construcción de la Torre, entre los que firmaron estaban Guy de Maupassant, Charles Gounod, Victorien Sardou, Charles Garnier, François Coppée, Sully Prudhomme, Leconte de Lisle, William Bouguereau, Alexandre Dumas (hijo), Ernest Meissonier, Joris-Karl Huysmans y Paul Verlaine. Pero todos sabemos que sus protestas fueron en vano.
Ahora podemos caminar por El Campo de Marte y admirar esta maravilla de ingeniería y diseño.
En mi caso pude descubrir que la Torre Eiffel es curva, si uno la mira con cuidado se da cuenta que sus piezas siempre rectas están construyendo curvas todo el tiempo.
Si llevamos al extremo este concepto, descubrimos una montaña rusa igual a la de la vida que se puede disfrutar en esta fantástica ciudad.